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martes, 17 de julio de 2012

La melodía divina


Aquel camino se le había hecho muy cuesta arriba. Se había dejado llevar por la incipiente ilusión de montañera  y había decidido empezar por aquella ruta que en principio parecía sencilla. Era curioso cómo cada vez que empezaba un nuevo recorrido, creía que era la primera. La primera en poner sus pies en aquella arena suelta, en esquivar las piedras, en descubrir el nuevo paisaje. Pero estaba claro, que aquello ya no era posible en un mundo en el que desgraciadamente ya no queda nada por descubrir. Se imaginaba ella sola, en las alturas, viendo unos árboles y unas llanuras en el horizonte que nadie más había visto antes. Era una lástima que aquella ilusión sólo se pudiera reproducir en su cabeza, en su mente. 
Pasado el rato, aquel camino  se descubrió más difícil de lo que ella había pensado, pero la emoción de llegar arriba y poder contemplar el paisaje la animó a recorrer el resto.
En un pequeño cartel a un lado del camino, se anunciaba los metros que faltaban para llegar a una pequeña ermita dedicada a San Miguel arcángel, y allí el corazón le dio un vuelco agradable. Siempre había sido su figura preferida entre los amigos alados que nos cuidan. Se lo imaginaba como un guerrero, como un soldado de los cielos que siempre nos apartaba de las acechanzas de mal, y de alguna manera,en el fondo de su corazón, siempre le agradecía su papel en este mundo. A estas alturas ¿quién cree ya en ángeles y demonios?¿ quién piensa en ellos? La mayoría de la gente vive esta vida alejada de esos pensamientos, creyendo que es imposible que  existan o que existieran en algún momento. Todo eso es cosa de fe. ¿Dónde queda la fe en un mundo ciego y sordo? ¿En las iglesias, en los templos, en los corazones de unos cuantos?
En todo esto iba pensando, cuando por fin divisó la ermita. Le maravillaba tanto que en otros tiempos las personas hubieran sido fervientes devotos de los ángeles y los santos, y que ningún camino por dificultoso que fuera los apartara de ellos, de adorarles, de pedirles y agradecerles. ¡Cómo envidiaba esa fe!
Esperó a que los pocos turistas que rodeaban el pequeño templo se marcharan, y mientras tanto dio una vuelta por las enormes piedras que lo rodeaban. Subió algo más alto para observar mejor lo que quedaba a los pies de la imponente montaña, y allí arriba se sintió tremendamente pequeña e insignificante. Durante unos minutos, se quedó sola, mirando hacia abajo; sólo escuchaba su respiración por el esfuerzo hecho, los músculos de las piernas que temblaban por el cansancio, y las gotas de sudor bajándole por las sienes, pero aquello valía mucho la pena.
Silenciosamente, dedicó unas plegarias a San Miguel, y mientras se concentraba en ello, de pronto, un sonido empezó a subir por el lado este de la montaña. Al principio sutil, y después algo más fuerte. Miró en aquella dirección, y prestó atención. Primero las  mismas notas, después otras más se añadían a continuación, hasta que subió el volumen y entendió que era una melodía. Eran campanas. Un toque de campanas. Jamás había escuchado algo tan hermoso. Tocaban a misa y el sonido se extendía como si la montaña fuera un altavoz gigante.
Sin poder resistirse, cerró los ojos no importándole  lo que pensaran los turistas que paseaban por allí, y poco a poco dejó de escucharlo todo, a excepción de la melodía. Ya  no había cansancio, ni turistas, ni dolor de piernas. Dentro de sí misma, el corazón latía al compás de la melodía. En algún momento quiso abrir los ojos, y algo se resistía, sólo quería que durara para siempre. Respiró hondo y se volvió hacia el horizonte, y abrió los párpados; la melodía seguía sonando dentro y fuera de sí misma, tan preciosa...
Cuando miró hacia la lejanía, sólo sintió ganas de llorar. Aquella montaña cantaba, cantaba a los cielos, a los que vivían bajo sus piedras " aquí estoy, aquí estoy," parecía decir.Por un momento le pareció que el tiempo se paraba y que los siglos y la historia volvían hacia atrás. Podía ver pequeñas casas, rodeadas de huertos, campos y cosechas. Podía ver las iglesias, las ermitas de cada pueblo, las guerras y las alegrías, los deseos y los sueños de los que allí habitaban. La montaña los guardaba a todos, los vigilaba a todos, "aquí estoy, aquí  estoy"..Y la melodía la transportaba a entonces, cuando no había caminos que recorrer, ni piedras que escalar, sólo la montaña y los que la veneraban.Quizá la fe se trata de eso, de escuchar, de ver. De nuevo volvió a cerrar los ojos y un pensamiento le vino a la cabeza " la montaña encierra un secreto, algo maravilloso: es un pequeño cielo en la tierra, aquí estoy, aquí estoy".. Y así, se fue apagando la melodía y el pensamiento, y poco a poco el tiempo volvió a correr, y la historia ocupó su lugar. 
Miró las enormes piedras a su espalda, el cielo azul sobre ellas,  hacia el horizonte, y sintió de nuevo las campanas dentro de sí misma y de su corazón. 
Supo que algo habita en la montaña, algo que siempre vigila y cuida a quienes la veneran, antes y ahora. No tuvo ninguna duda. Miró de reojo la imagen del ángel pintada en el interior del  ábside de la pequeña ermita, y no pudo evitar un sutil escalofrío.
De nuevo deshizo el camino, y de nuevo se sintió pequeña e insignificante a cada paso que daba, pero se llevó la voz de la montaña retumbando en su interior y la alegría de quien ha encontrado no un nuevo camino, sino una nueva manera de ver la vida..
Pd. a Montserrat, por ser mi guardiana y la de todos los que disfrutamos de tu belleza todos los días de nuestras vidas.

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